Brasas sobre el pasto seco
Imaginar una brasa sobre pasto seco es una premonición. Puede ser una promesa de catástrofe, de pradera en llamas desprovistas de piedad y de control, cuyo fin es un páramo yermo y estéril. Pero también puede ser una promesa de fertilidad (en su modalidad tumba, roza y quema). ¿Qué promesa nos ofrecen estas brasas que nos presentan José Ángel e Isaac? ¿Hay destrucción o fertilidad después de asomar nuestra mirada a estas fotografías?
Brasas es una muestra de la realidad, una evidencia de la situación que viven pueblos y comunidades de Chiapas frente a un Estado y un Sistema que les oprime, así como de sus resistencias. Vemos la lucha de un pueblo, de varios pueblos, en la historia reciente, cuyo único cambio visible está en el número de armas disponibles. En las imágenes encontraremos dolor, resistencia, organización, héroes y víctimas que distinguimos con la misma claridad con que diferenciamos el blanco del negro. Queda al final la sensación de impotencia al mismo tiempo que la imposibilidad de pensar la vida con una alternativa diferente a la discordia.
Nuestra historia es también esa otra batalla que se libra en el cotidiano, en la forma de imponer, negociar, falsear, parasitar, interferir y apropiarse de las imágenes. ¿Qué lado de la batalla alimentan las imágenes de "Brasas sobre el pasto seco"? Es fácil, me dirán, están del lado de los pueblos, es una denuncia contra quienes les oprimen. La narrativa es unívoca para el espectador cercano, no hay posibilidad de discrepancia en una saga que hemos escuchado y repetido durante treinta años.
Pero cabe la remota posibilidad, si tomamos la suficiente distancia, que estemos ante un capítulo más de la narrativa de la destrucción que nos ha ido imponiendo el proyecto de la modernidad, de la guerra como posibilidad, como (casi única) salida. Son imágenes que se suman a la industria de la crónica de la violencia, que nos permiten una contemplación estética soportable de lo insoportable, tal como hiciera Picasso con los bombardeos de Guernica. La narración épica de la guerra, de la resistencia, es también una imposición, una colonización de las posibilidades de la mirada. La selección que hace el fotógrafo a un travelling temporal continuo determina un momento único a un periodo repleto de momentos. Las personas que aparecen son "capturadas" para resumir su existencia y su devenir en el mundo en ese instante aislado. Sus risas, sus querencias, sus jaculatorias, toda su vida quedará en el olvido y lo único que permanecerá será ese instante violento congelado unilateralmente.
Existe también la posibilidad de que todo lo que vemos aquí no haya sucedido. El dispositivo aquí nos estaría hablando y convenciendo de la existencia de una guerra, pero que quizá es una construcción, una puesta en escena, una seña, para que el fotógrafo lleve al mundo la versión que se decidió contarle. No es necesaria la transferencia tecnológica cuando el ejecutante externo está limitado al proscenio. Porque el asunto con las guerras es que tienen un principio y un final (es una obligación del género épico) y lo que podríamos leer en "Brasas sobre el pasto seco" es que, o bien esa guerra no ha siquiera iniciado, o bien es una situación permanente, un lugar al que regresamos una y otra vez ante la imposibilidad de imaginar, de narrar, de imprimir una historia diferente.
Leonardo Toledo